Los argentinos tenemos dos defectos: uno, creer en la magia y, el otro, asustarnos. Esto viene a cuento de la actitud insensata o por lo menos escasamente madura de muchos coterráneos que pierden, rápidamente, el temple de su carácter ante las dificultades que deben afrontar.
El animismo infantil lleva a los niños a patear con fuerza la piedra contra la cual tropezaron sin querer. Los adultos, por lo general, no parecemos más juiciosos cuando renegamos de la realidad y buscamos, con vehemencia, la manera de desahogar nuestras frustraciones contra los obstáculos que la realidad objetiva del país nos opone.
Cada vez que nos hablan los dos candidatos que llegaron al ballotage, estamos dispuestos a creer ilimitadamente en lo nos proponen, según nuestra preferencia por uno o por el otro. Pero, estoy seguro, al primer obstáculo de alguno de estos candidatos hechos ya gobierno, caeremos prisioneros de la desazón y del pesimismo, explicitando nuestra neurosis y envenenando el clima de convivencia colectiva.
No es que esté subestimando nuestro grado de madurez, sino intento comprenderlo con simpatía. Baste para ello decir que desde hace muchos años venimos conviviendo con una inflación galopante, que carecemos de moneda, soportamos una carga impositiva terrible y sin nada a cambio, aguantamos que los políticos y sindicalistas nos roben ante nuestras narices sin que la Justicia y nosotros mismos hagamos algo, y la lista es más larga aún.
Han pasado 40 años de reinstauración democrática, donde parece que la política no aprendió ni actuó con generosidad, ni trabajó por políticas públicas que alcancen a todos. Al contrario, muchos le dan más importancia al enriquecimiento propio o a hacer espiar a propios y extraños para fisgonear en sus vidas pensando en un futuro carpetazo, por nombrar cuestiones que se vienen ventilando por estos días.
Estamos a pocos días del ballotage. Tenemos que asumir que cuando el domingo 19 a la noche se anuncie al nuevo presidente de la Nación, más allá de quién fuere, nosotros los ciudadanos de a pie, debemos celebrar la continuidad democrática y tener presente que hay que velar por la República.
Acá no hay miedo ni magia que valgan. Esperanza y coraje es lo que hace falta en lugar de miedo; trabajo duro y sistemático es lo que se necesita en lugar de magos y de magias. Hay que salir de la era de la adolescencia para tornarnos adultos, hay que aprender a reconocer las circunstancias tal cual ellas son y no como nos gustaría que fuesen para percibir la realidad en su plenitud y así poder cambiarla, transformarla. Hay que hacer las cosas con inteligencia y no por instinto. Sobre todo, como pueblo, debemos hacer valer a la República.
José Luis Ibaldi
Para Mañanas de Campo