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Cultivos de cobertura: de la “receta” a la gestión agronómica
16.05.2018 | 08:19

Es importante entender que, al referirnos a una “herramienta”, estamos hablando de un instrumento que puede tener diferentes usos posibles en función de cómo se lo utilice. Los cultivos de cobertura no deben ser empleados como una “receta”, pues eso es imposible, dado que los mismos deben ser ajustados en función de los objetivos programados a partir de las características propias de cada región productiva en general y lote en particular.

Por ende, la implementación de cultivos de cobertura en rotaciones agrícolas nunca puede realizarse de manera correcta sin una previa determinación de la problemática, para poder hacer la experimentación, que permita evaluar las múltiples interacciones presentes en los procesos agronómicos. Y tales evaluaciones, debido al gran volumen de factores intervinientes, es aconsejable llevarlas a cabo en el marco de redes de generación de conocimiento integradas por empresarios, técnicos, investigadores y proveedores de insumos, conjugando un equipo interdiciplinario para poder abordar el mayor abanico posible de cuestiones que se plantean.

Los cultivos de cobertura incluidos en el sistema de producción cubren parte del faltante de carbono orgánico; dicho elemento es el componente principal de la materia orgánica, la cual cohesiona las partículas del suelo manteniendo la estabilidad estructural del mismo, evitando la pérdida de porosidad, infiltración y aumentando los riesgos de erosión hídrica y eólica.

La identificación de los beneficios puede ayudar al productor a tomar decisiones acertadas y transformar un gasto en una inversión. Entre las diferentes funciones que pueden llegar a cumplir los cultivos de servicio, se incluyen el control de la erosión hídrica, la fijación de nitrógeno, la sincronización de la oferta de nutrientes y el control de malezas, entre muchos otros.

A partir de los objetivos buscados, se deberán elegir determinados cultivos y diseños. En ese sentido, no sólo es importante seleccionar bien la o las especies, sino también la fecha de siembra, densidad, fertilización, fecha y método de finalización, entre otros aspectos.

Al sembrar una gramínea invernal, podemos, por ejemplo, capturar diferentes beneficios en función de cuál sea el ciclo de corte. Si finalizamos el cultivo de servicio en el mes de julio, contribuimos a reducir la temperatura del suelo, evitar la lixiviación de nitrógeno y azufre, Controlar parcialmente malezas y consumimos algo de agua (entre 50 a 100 milímetros). Pero si finalizamos el cultivo en agosto, mejoraremos mucho la parte física, aumentando la macro porosidad del suelo, además de incrementar la relación C/N (lo que nos permitirá retener más nutrientes y disminuir la lixiviación). En cambio, si finalizamos el cultivo en septiembre, entonces podremos provocar un descenso de la napa freática con el máximo efecto supresor de malezas (especialmente si finalizamos el ciclo  con un rolo de baja intensidad), lo que genera un impacto ambiental muy favorable. Ahora bien: si el problema que tenemos es la falta de macroporos e infiltración y decidimos secar el cultivo de servicio en septiembre en vez de julio, podemos llegar a transformar esta práctica en un gasto en lugar de una inversión. Al tratarse de una “tecnología de procesos”, es fundamental no sólo elegir bien las especies por sembrar, sino también el “paquete tecnológico” por emplear, el cual, lejos de tratarse de una “receta” única para todos los ambientes, cuenta con una multiplicidad de variantes por aplicar en cada caso específico.

En general las gramíneas de invierno –como la avena, centeno, triticale y tricepiro– son las más utilizadas, brindándonos cada una de las mismas beneficios similares, aunque con algunas diferencias sustanciales que hacen optar por una u otra especie. Si el problema por resolver es el de malezas, es conveniente entonces usar centeno. Pero si queremos deprimir napa, lo más conveniente será emplear el triticale. En zonas más húmedas y heladas, se destacará avena, mientras que en aquellas más secas y con heladas más severas, optaremos por el centeno.

También se usan como cultivos de cobertura a las especies de la familia de las leguminosas, principalmente Vicia villosa por su resistencia al frío y producción de materia seca, además de melilotus y los tréboles persa, subterráneo y rojo. Estas especies –bien inoculadas– son fijadoras de nitrógeno en forma simbiótica, dejando mucho nitrógeno disponible en el sistema. Otra ventaja que aportan las leguminosas es disminuir la relación C/N por debajo de 25 (lo que permite que los nutrientes intervengan rápidamente en el cultivo siguiente).

Es importante también el aporte de raíces que hacen tanto el trébol rojo como el subterráneo con respecto a la vicia y el trébol persa, produciendo la misma biomasa de raíces pero con menos biomasa aérea; esto también es un aspecto importante al momento de decidir la especie a utilizar. El trébol rojo es el menos adaptado para usar como cobertura debido que, al ser bianual, es de difícil control al momento de secado.

La otra especie que se posiciona muy bien, con experiencias tempranas pero muy importantes, son las brassicas (los nabos), que producen importantes cantidades de biomasa radicular, recirculan muy bien el azufre y, por su prominente raíz, aumentan exponencialmente la infiltración.

En definitiva, al tratarse de una tecnología difícil de protocolizar, pues requiere la evaluación de diferentes variables en función de distintos escenarios ambientales, es fundamental que la misma se implemente en el marco de intercambio de experiencias realizadas en varias regiones productivas del país.

Sandro Martín Raspo. Empresario integrante del CREA Melo Serrano

El artículo completo puede leerse en la última edición de la Revista CREA